Dejé de ser estudiante de pregrado hace 20 años, de especialización hace 15 años y de maestría hace 2 años. Cuando era estudiante de pregrado encontré una gran motivación por la enseñanza y la formación, razón por la cual figuré como monitor académico de varias asignaturas relacionadas con las finanzas, la pasión de mi vida. Posteriormente experimenté esa inclinación de educador a través de la realización de charlas y cursos sobre el manejo de las finanzas personales, así como eventualmente algunas enseñanzas en una iglesia cristiana en plena celebración dominical.
El caso es que la agitada vida profesional, acompañada del proceso de formar y levantar una familia, me llevaron a aplazar por muchos años, el gusto y la inclinación por la docencia. Pues bien, este año el momento ha llegado, empecé a dictar clases a estudiantes de pregrado, encontrando en ello una gran satisfacción y a la vez una serie de inquietudes que me ponen a pensar.
Los jóvenes de hoy en día son nativos digitales para los cuales siempre han existido Internet, los computadores portátiles, los teléfonos celulares inteligentes y poderosos motores de búsqueda que les permite tener acceso a mucha información, sin desplazarse, gratis y literalmente, al alcance de sus manos.
Es solo escribir unas palabras en un teclado y ¡voilà!.
Ante este nuevo paradigma de vida ha disminuido notablemente el interés por tener conocimiento o información memorizada, lo cual es entendible y puede ser parte del proceso de evolución de nuestro estilo de vida y por ende de nuestro esquema de aprendizaje. El mundo de hoy demanda algo más que la formación académica tradicional en la que un profesor se pone al frente de una clase a enseñar cosas que se pueden leer y consultar en cualquier momento con la tecnología disponible.
Esto lleva a un importante desafío a las entidades educativas y a las personas dedicadas a la docencia que tienen un reto para atraer la atención de unas mentes saturadas de información y con una nueva perspectiva del mundo. Retos tales como enseñarle a alguien a pensar, a analizar, a construir modelos mentales, a desarrollar sus propias teorías y líneas de pensamiento.
En resumen, enseñarles a aprender y a construir conocimiento con base en experiencias, circunstancias cambiantes e información disponible.
Cada vez nacen teorías sobre modelos de educación disruptiva y personalizada, donde se motiva al estudiante a encontrar aquello que lo apasiona y dedicarse a ello con entusiasmo y sobre todo disciplina; lo cual deja atrás y hace frente al modelo tradicional de educación fundamentado en las creencias de la ilustración y (luego) revolución industrial. Conforme pasa el tiempo, se hace un mayor énfasis en la formación de seres humanos con inteligencia emocional, pensamiento critico, espíritu emprendedor, que además son tecnológicamente competentes y buenos ciudadanos.
¿Debemos seguir formando personas con mentalidad “cuadriculada” y enseñando materias que sirven a los intereses de grandes corporaciones, que en muchos casos tienen o patrocinan universidades para formar a sus futuros empleados? O debemos pensar en nuevos esquemas de formación debido a los importantes cambios sociales que estamos experimentando gracias a la aparición y desarrollo de nuevas tecnologías que están cambiando el mundo y la forma como lo vivimos.
He ahí el reto…
Enviado por Juan Carlos Aspiazo para Lo Saqué Del Bolsillo
Encuéntralo a través de su página web Aspiazo.com
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