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Es que ya no hay caballeros…

viernes, enero 30, 2015Abossio

Ilustración: Maria Lavezzi
Si usted, querida lectora, es de las que le encanta repetir esa frase y le parece una tragedia que en los buses hayan mujeres de pie mientras hay hombres sentados, o de las que corren a sentarse cuando se desocupa un puesto aunque pase por encima de un muchacho justo en frente de la silla, me parece que tal vez no vayamos a estar muy de acuerdo.


Por ahí a la altura del mes de octubre del año pasado recuerdo haber leído que un concejal de Bogotá estaba preparando, producto de su infinita caballerosidad e hidalguía, una iniciativa legislativa para hacer del noble gesto masculino de ceder el puesto a las mujeres en el transporte público una obligación, por lo menos en Transmilenio y el SITP (1). Y que quede claro que las cuestión aquí no distinguía mujeres embarazadas o de tercera edad, porque creo que cualquier discusión al respecto es absurda, sino mujeres en general, incluso aquellas sin ninguna discapacidad que les imposibilite estar de pie unos minutos.


Afortunadamente parece que la propuesta resultó tan tonta que nunca volví a saber de ella, sé que se escribió una que otra columna al respecto pero nada más. Probablemente –mujeres- dirán que no esperan que los hombres se levanten de su puesto por ustedes porque, seamos sinceros, eso ya poco ocurre, pero sí es muy común que al desocuparse un puesto algunas sientan que tienen una especie de derecho divino sobre él, en especial cuando algún muchacho está parado en frente. Me molesta esta actitud, lo confieso, y creo que hablo en nombre de muchos de mis congéneres cuando les pido que no lo hagan. Por lo menos uno debería tener el derecho a decidir cederlo, pero eso también nos lo arrebatan con la silla y ni siquiera una sonrisa como gracias.    


Lo cierto es que aunque me moleste, la situación del transporte público es solo un escenario menor, pero me hizo pensar en la ironía de muchas mujeres que claman por una mayor igualdad de género pero que no podrían imaginarse prestando el servicio militar o trabajando de obrera en una construcción o que les parece de mal gusto ver a una muchacha invitándole una cerveza al muchacho que le gusta. Y no digo que los hombres seamos víctimas o que no haya desigualdad. Miremos solamente el plano político: en el congreso de esta nación dónde el 51,2% de la población, según el último censo del Dane, es femenino, solo el 25% de las curules son ocupadas por mujeres. La desigualdad existe evidentemente, pero tristemente tal vez en el fondo sea porque las mujeres así lo prefieren.


La caballerosidad no es una ley natural, es una herencia de un período bastante oscuro de nuestra historia: la edad media. Según los expertos surgió para hacer más humanitaria la guerra, pues los caballeros medievales no eran para nada “caballerosos”: asesinaban, saqueaban y violaban civiles. Tras las duras lecciones bélicas se fueron formando unos códigos no escritos sobre respeto al rival, honor, respeto a la palabra y –muy importante- el respeto a los no combatientes: mujeres, ancianos y niños que permitieron hacer la guerra un poco menos terrible. Por esto para los caballeros la mujer es casta y pura, inocente y delicada, pero también es pasiva e indefensa, mientras es el hombre el que es activo, proveedor y protector. Esto deja ver unos deber-seres muy claros que limitan el rol de cada género en la sociedad.


El peligro de la caballerosidad está en que aparentemente es beneficioso para la mujer cuando se le ve como individuo: reciben invitaciones todo pago, tienen preferencia en caso de accidentes, son más propensas a recibir ayuda de extraños, suelen ser percibidas como menos peligrosas, no deben ser contra atacadas en caso de violencia, etc. Cuando hay beneficios individuales en la vida cotidiana es muy difícil percibir que algo no anda bien realmente y como ya no hay una represión tan abrumadora como décadas atrás se reducen las posibilidades de manifestaciones masivas que reclamen por igualdad. Por estas razones no esperen encontrar en mí a un caballero, esperen encontrar a un hombre que reconoce las virtudes pero también las capacidades de las mujeres y que sabe que si yo puedo quedarme unos minutos de pie, ellas también.

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2 comentarios

  1. Quisiera que más personas lo vieran de ese modo. Desde mi perspectiva como mujer no puedo negar los beneficios de los que hablas, porque ahí están. Recuerdo que una vez cedí el puesto tantas veces en un mismo bus, que pasé la mayor parte del tiempo (de un trayecto de una hora y quince) de pie. No es algo de lo que me quejé, pero en una de las ocasiones, en la que la 'afortunada' se sentó porque decidí yo no hacerlo, era una joven de no menos de veinte años, atractiva y ordenada. Se extrañó de que fuese yo quien le diera el puesto, y no otra persona, quizá en sus expectativas, un hombre. Todavía es un objeto de debate, porque no todos lo reconocen de esa manera. Pero textos como estos aportan un gran grano de arena.

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  2. Perfecto, totalmente de acuerdo. Es la realidad, el hecho de haber construido el imaginario colectivo en la sociedad, de que ellas son vulnerables, les ha creado una serie de derechos que ahondan aún más en la desigualdad y no en esas equidad que tanto piden. Parecen más bien una acomodación que un asunto de real justicia. Es lógico que el hombre desarrolla ciertas capacidades físicamente, producto también de la misma sociedad y otros asuntos de la evolución, pero que ni siquiera puedan estar de pie un trayecto? es decir, estamos haciendo de ellas aún más incompetentes... y las mujeres que día a día madrugan en las calles a vender y demás... es un asuntos de resignificación. Igual, creo que los inconvenientes rayan en esas tradiciones medievales que hemos recibido por la Iglesia, un asunto que debemos transgredir, y claro, en caso de necesidad hasta una mujer puede llegar a hacer muy caballerosa... jejejeje Saludos.

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