Imagen: "Tratan de vencer la extorsión" http://periodismoinvestigativo.com.co/
Miles de problemas se me venían a la mente cuando iba caminando por aquella sucia acera del centro de Barranquilla.
Te despidieron
Tu hija no tiene uniforme
Tu esposa te dejará
Te va a pillar la policía
Morirás
Había quedado de encontrarme con mis “colegas”, las manos me sudaban y todo mi cuerpo se estremecía con cada paso que daba; quería salir corriendo de regreso a casa, pero no podría volver y decir: “Perdí el trabajo, ¿qué haremos?” Probablemente moriríamos de hambre o algo parecido, pero igual, podría morir yendo a donde iba.
Me saludaron alegremente, aunque sabía que no lo estaban; Roberto parecía nervioso, Marcos me miraba pidiendo auxilio, pero yo no podía ayudarlo, probablemente el más asustado de todos allí, era yo.
—Vamos, ¿Quién hará la llamada? — La voz de Iván sonaba temblorosa. Tal vez tenía miedo de que William en cualquier momento perdiera la cordura y le volara los sesos, tal como hizo con Francis cuando se negó rotundamente a hacer una encomienda. Cuando uno “sabe mucho” en este cuento, se arriesga más a salir con un hueco en la cabeza...
—Yo la haré, Chucho irá a la casa y recibirá el dinero, ¿verdad? — anunció William dirigiéndose a mí, mis ojos se pusieron como platos, asentí rápidamente. Él sacó su arma, todos aguantaron la respiración, me entregó la pistola y se acercó a mí susurrando: “No te pongas nervioso o pierdes, esa vieja tiene mucha plata, no le harán falta unos milloncitos” Todos soltaron el aire.
Días después, mi corazón se aceleraba con cada paso mientras me acercaba a la casa de Doña Yudis, yo a ella no la conocía y esperaba que ella tampoco a mí. El arma que no era mía, aguardaba en el chaleco que tampoco lo era, me la había prestado Iván. El sol pegaba directamente a mis ojos, el sudor resbalaba por mi frente y el calor era sofocante; aunque en ese momento, lo menos importante era el calor. Debía seguir las instrucciones de William para no morir, de hambre o de un tiro en la cabeza.
“—Tocas el timbre y esperas que te abra. No vayas a hacer ninguna locura, Chucho… Te estaré observando—.” Claro, por si no volvía con el dinero.
Llegué. La casa era reluciente, nada comparado a la suciedad de mi casa o mi barrio. Toqué el timbre, una señora asomó su cara regordeta por una ventana, parecía haber llorado.
— ¡Vengo por aquello! — Grité y en menos de los que volví a cerrar la boca dos policías me tomaron por detrás. Había fallado.
— ¡Vengo por aquello! — Grité y en menos de los que volví a cerrar la boca dos policías me tomaron por detrás. Había fallado.
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