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Exiliado de mi propia tierra
lunes, marzo 30, 2015Bolsillo Público
Antes de entrar en tema quisiera aclarar que desapruebo totalmente el regionalismo que existe entre regiones de Colombia y aclaro que, como costeño que soy, sí me molestan los estereotipos y las sátiras realizadas por los medios.
Después de vueltas, preocupaciones, tramullos, lágrimas, mucha frustración y la eliminación de la exigencia de cierta libreta pude conseguir mi título como profesional después de 9 meses de espera. Nueve meses que pasé de arriba abajo buscando una plaza para laborar en la así llamada Puerta de oro de Colombia, Barranquilla, mi ciudad. Fueron meses de búsqueda día tras día, tocando puertas; mientras veía a todos mis compañeros y compañeras conseguir trabajo ya fuese por las prácticas que la universidad sí cumplió en darles o supondría yo que por un trabajo de alguna bruja llanera.
Luego de ver acabar el 2014, uno de mis peores años, llegó el 2015, año en el que por fin pude poner en marcha mis planes y proyectos, proyectos para los cuales necesito laborar para lograr financiarlos. A pesar de tener mi familia, amigos, perros, novia y una cama con todas las comodidades en Barranquilla, me tocó irme por necesidad, exiliarme de mi hogar, una ciudad que por años no hizo más que verme con desprecio y escupirme en la cara pues nunca encajé en sus parámetros carnestoléndicos y eclesiásticos. Fue una despedida extraña, irónica y agridulce, como el final de un buen filme francés, tuve que abandonar la ciudad cuyas puertas de oro me negaron abrir por más de 19 años y abandonar a muchas de las mejores personas que conocí en los campamentos que rodean a la gran ciudad amurallada de Barranquilla, murallas que con el paso de los siglos ha evitado invasiones de cosmopolitismo, diversificación cultural, cultura profesional más allá de ingeniería y demás.
Me exilié a la capital, una ruina decadente cubierta de oro, pero acabada por el cosmopolitismo, diversidad cultural, cultura profesional más allá de ingeniería y las demás plagas que rondan por las tierras de Colombia, Juanito Alimaña, por ejemplo.
Debí recurrir a esta vieja señora que ya conocía de un breve periodo de mi infancia y con la cola entre las patas pedir asilo en esta fría cumbre.
La mitad de mi sangre no es costeña y no recuerdo nada antes de la capital, aunque nací en La Arenosa (y sí, digo La Arenosa es por el valor poético del artículo). No me siento ofendido o amenazado por los cachacos que la habitan. Para mis ojos no son enemigos o una raza impura para el ario costeño, por llamarlo de alguna manera. No, mentira, si estoy alienado por la escala de semejante metrópolis y si por alguna razón he comparado muchas cosas con Barranquilla, no es por orgullo, sino por la falta de recorrido, no he caminado suficientes tierras, pero en mi defensa, ¿cómo podría con los precios de la gasolina y el desempleo que sufre este país? No sé si estoy alienado por no conocer o no conozco porque estoy alienado.
Respecto a la gente, en mi corto periodo no me he encontrado con estereotipos ni me han tratado mal por no haber crecido a la sombra de Monserrate. Disfruto de la variedad y me hallo constantemente anonadado por la diversidad de estilos y expresiones de personalidad que nunca se permitirán en los claustros que son las calles Barranquilleras. Sí hay más nalgas en Barranquilla, eso lo admito, pero no es una regla escrita en piedra. Espero encontrar mi lugar en este hub creativo y aunque suene feo, a Barranquilla no le debo nada. Como dice un viejo refrán árabe: “La patria está donde el corazón está.” Y una ciudad sin corazón nunca podrá ser mi patria.
Mientras tanto seguiré siendo un exiliado, un gitano en mi propia tierra, apoyando la fuga de cerebros hacia la capital, pues en este país cada quien está solo, y que no se vengan a quejar después, pues no soy el único en una cruzada por un trabajo en la nevera y ojalá un hogar que la costa nunca me dio. Somos muchos.
Enviado por un Pesonaje Anónimo para Lo Saqué del Bolsillo
Fotografía: Jake Melara