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analisis
La crisis del cuarto de vida y yo.
jueves, marzo 10, 2016Bolsillo Público
De cómo la crisis de los 25 me enseñó que la única persona con la que puedo compararme es conmigo misma.
Primero una confesión: estoy medio obsesionada con los cumpleaños. Quizás por un poco de egocentrismo y una subyacente crisis de autoestima, pero creo que sobre todo, porque es el único día del año en el que logro reunir a toda la gente que amo. Mi vida y la de mis amigos se ha hecho tan complicada y ocupada que a veces sólo un cumpleaños es suficientemente importante para reunirnos.
Y aunque siempre espero con ansias mi cumple, este año supe que iba a tener que hacer un esfuerzo por tomármelo bien; después de todo finalmente llegué a los 25, y no en vano viene acompañado con su respectiva crisis emocional.
Tal y como lo temía, la llamada crisis del cuarto de vida me pegó como un tren a toda marcha, porque señoras y señores yo estoy como dirían las abuelitas... Quedada.
Es la verdad, y aunque suene duro decirlo de mí misma no me pesa admitir que esta no es para nada la forma como esperaba estarla pasando a estas alturas.
El plan era que a esta edad ya iba a tener el súper trabajo que me iba a dar para mantener la vida cosmopolita que iba a llevar. Iba a tener mi propio apartamento y carro, iba a viajar y darme la gran vida... En cambio sigo viviendo en casa de mis viejos y cogiendo bus. Duro despertar.
Siendo así la cosa, es casi misión imposible no sentirse fracasada, y como uno tiene una vena masoquista, pues una se compara con otras.
El caso en cuestión: Confesaré que por un tiempo, dejé que el espíritu del acoso se apoderara de esta pobre humanidad e hiciera de las suyas, echándole repetidas chismoseadas al perfil de Facebook de la hija de una conocida de mis papás, con quien por cierto, mi amada progenitora ama compararme. Y con justa razón: además de linda y a la línea, es inteligentísima y súper exitosa laboralmente, con interesantes empleos en su haber, una afluencia económica no difícil de deducir y un novio con el que hace poco se casó en una boda de ensueño; siempre con una sonrisa en los labios y espiritualmente centrada. En fin, llevando la vida más envidiable que se me pudiera ocurrir.
Ya ahí me daba duro, pero el golpe de gracia fue darme cuenta de que la susodicha no era sino un par de meses mayor que yo.
El trauma no se los alcanzo a describir, fue peor que haberme enterado que Jennifer Lawrence es menor que yo (o sea, mátenme ya), porque a esta la conocía. El autoestima al piso y más de una semana de tortura auto-infligida. Si no hubiera hecho esto, o aquello. ¿Por qué fui tan boba? ¿Cómo no me di cuenta que la estaba cagando en tantas ocasiones?
Pero el universo decidió un día mandarme una señal que no podía ignorar: una mañana me levanté para descubrir que Miss Perfección había tenido la osadía de ensuciar mi muy decente inicio de Facebook con uno de los comentarios más homofóbicos que he tenido la desgracia de leer.
Nada como una gorda dosis de homofobia temprano en la mañana para despabilarme. Horrible como fue, en retrospectiva me alegro mucho de que haya sucedido, porque era justo lo que necesitaba. Habiendo pocas cosas que yo aborrezca más que la homofobia, mi opinión acerca de Miss Perfección cambió radicalmente en cuestión de un minuto.
Vergonzoso, pero sólo apenas me di cuenta de lo distintas que éramos las dos, y la revelación vino acompañada de una increíble sensación de liberación.
Claro, parecemos similares en nuestras competencias y aficiones, pero nuestras circunstancias no han podido hacernos personas más diferentes a la hora de listar nuestras opiniones y metas. La mejor sensación fue ese momento en el que me di cuenta de que a pesar de todo, podía decir sin conflicto interno que prefería ser yo, llena de amor e incapaz de juzgar a los demás con tal ligereza, con tanta soberbia.
Pronto también dejé de sentirme mal conmigo misma al ver su impresionante lista de logros. No conozco las pruebas que ella ha enfrentado, pero sí las que me han tocado a mí, y puedo decir que he afrontado cada situación dando de mí todo de lo que era capaz en el momento. Había estado siendo demasiado dura conmigo misma, injusta al compararme, cuando en realidad la única con la que puedo compararme es conmigo misma. Es sólo así que puedo decidir si he avanzado o no.
Y se vio todo tan distinto al compararme conmigo misma. La yo de 15 años que planeó hasta el último detalle de esa vida perfecta no podía imaginar lo mal que nos iban a salir las cosas tantas veces. La yo de esa época contaba con gente, con cosas que hacían parte del plan, pero que me fueron arrebatadas de golpe sin previo aviso. Recuerdo tres instancias específicas en los últimos diez años en las que me quedé sin nada; sin exagerar, hablo de quedarme sin trabajo, deber mucha renta y no tener nada en el refri, no tener un peso ni de dónde sacarlo porque ya le debía plata a todo el mundo. A los 15 años había pasado por cosas duras, pero no hubiera imaginado, ni en un millón de años, cuánto miedo y soledad iba a atravesar, lo mucho que mi vida iba a convertirse en la Ley de Murphy y todo lo que podía salir mal se iba a ir a la mierda.
Pero en cada una de esas ocasiones, volví a armar mi vida, lentamente y un poco cachureta, y aunque ahora no sea la que había planeado, cuando miro mi viaje, en vez de ver los otros, me siento orgullosa.
No tengo ese súper empleo, pero tengo una micro-empresa que es sólo mía, me permite cada vez más independencia económica, en la que hago algo que amo, donde soy mi propia jefa y que me permite dedicarme a escribir que es la gran pasión de mi vida. No he conocido el mundo, pero he tenido todo el tiempo del mundo para conocerme a mí misma haciendo viajes interiores que han despertado mi alma, y aunque una tormenta ruge dentro de mí, cada vez me siento más cercana a la luz. Debido a que no me siento #bendecida, no sigo una fé que me lleve a la soberbia y me separe de los demás, sino que creo en el perfecto equilibrio del universo y lo pequeña que soy. No soy tan cool o sexy, pero no se me subieron las ínfulas, me quedé con mis amigos de siempre, a seguir ñoñeando aunque ya estamos viejos, los valoro más y me di la oportunidad de ver distinto a mi mejor amigo, que es el mejor hombre del mundo y con el que quiero pasar el resto de mis días.
Y sigo planeando la vida de mis sueños. Sigo haciendo el duelo a cosas que no tendré nunca, y me duele cuando siento que las merecía, pero trato de dejarlas ir, de sólo enorgullecerme por los logros, y armar sueños nuevos. Hoy día ya no quiero un New Beetle y un apartamento, sino aprender a sacar tiempo para hacer yoga y correr, una casa donde quepan los dos perros, los tres gatos, las tres tortugas y niñitos, y un carro donde quepamos. Pienso en eso siempre, pero como la experiencia me ha enseñado, también trato de recordar que las cosas con las que cuento, las puedo perder, y porque mi vida es inestable, es un temor que constantemente amenaza con realizarse, pero he decidido que si lo pierdo todo de nuevo no va a ser el fin del mundo, si reconstruí mi vida antes, siempre voy a poder hacerlo de nuevo, siempre un poco más experimentada, un poco menos sola.
Si mañana lo pierdo todo de nuevo, lloraré hasta que me quede seca, pero en algún momento me levantaré, y me haré una vida nueva, y no importa cómo luzca, voy a dar todo de mí para estar orgullosa de ella, aunque sea sólo porque es mía. He decidido dejar de compararme con los demás y lo rápido que parecen alcanzar sus sueños, y los míos, voy a concentrarme en mi camino, y voy a vivir con la cabeza en alto y la convicción de que no tiene nada de malo hacer las cosas a mi ritmo.
Enviado por Roxana Martinez para Lo Saqué Del Bolsillo
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Fotografía:
Khakan Iqbal
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