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Anna es Carlos

miércoles, noviembre 11, 2015Bolsillo Público


Esa mañana al despertar di dos vueltas en la cama. Carlos no había aparecido en todo la noche. Eran las 6:30 A.M y ya estaba de mal genio. La culpa era de Carlos, la culpa siempre es de Carlos. Con aún mucha molestia dispuse la ropa para el trabajo. Pantalones azul turquí, camisilla, camisa beige, medias cafés. Con toalla en la cintura salí de la ducha. Carlos había llegado. Tumbado en la cama a medio lado me dedicó una sonrisa tierna. Seguía con mi enojo matutino y una sonrisa no bastaba. Aunque casi lo logra.
— Te preparas para el trabajo. Aún es temprano. — Con tono sensual trató de seducirme.
— Hay quienes tenemos que cumplir horarios; no todos tenemos una vida de bohemios.
— Sigues con enojo. — Posó su frente en mi espalda desnuda —. Ven,  te ayudo a vestir. —  Con gentileza fue apretando los vendajes alrededor de mi pecho hasta que quedaron perfectamente tensados. Alcé los brazos y deslizó la camisilla sobre mí —. Estos días parece que has estado haciendo ejercicio. Se te notan más pectorales. ¿La faja aún no seca?
—  Ya debe estar seca pero si no, la dejo más tiempo, ya sabes… me molesta.
— Eres demasiado extraño. — Se burló.  
Esas últimas palabras hicieron eco en mi mente todo el día. Seguía con enojo hasta entrada la noche. Cuando me deshice de los zapatos y noté que las luces de la casa estaban apagadas, que Carlos no estaba; estallé. Con histeria tiré los cojines del sofá, los libros de la repisa y la ropa de mi cuerpo. Los pantalones volaron, los botones salieron cual proyectiles, las medias, los vendajes y al final solo me encontraba en bóxer. En mi frenética danza acabé frente al espejo del cuarto, con la vista clavada en el piso, con temor de ver lo que se encontraba al frente, con el pudor de un adolescente que mira por primera vez el cuerpo desnudo de una mujer adulta. Mi cuerpo. Reprimiendo las lágrimas y apretando las manos sobre el abdomen para contener las mariposas que ahora parecían halcones; alcé la vista. Frente a mí estaba una cintura delgada, unas piernas de muslos un poco anchos, una cadera no tan definida, una piel pálida por no recibir sol, un cuello delgado, brazos que temblaban, una planicie en el bóxer, unos senos que se alzaban firmes con orgullo y unos pezones redondos.
— Es hermosa; ¿verdad? —  Susurró Carlos ante la figura que teníamos en frente—. Siempre le he tenido celos. —  En el reflejo vi cómo mi Carlos posaba los labios en los hombros de aquella mujer.
— Yo soy quien debe sentir celos. —  Apreté los dientes y tragué mi amargura.
— De qué debes sentir celos. Me tienes enteramente rendido ante ti y tienes a Anna. Yo en cambio siempre debo esperar paciente que la atiendas a ella y luego a mí. — Callé, confundido por sus palabras. Mi silencio fue perfectamente comprendido—. ¿No lo habías notado?  Lo primero que haces en las mañanas es mirar el calendario para asegurarte de que Anna no esté en sus días; luego vas y bañas el cuerpo de Anna, lavas el cabello de Anna, depilas los vellos de Anna, dejas pulcro y limpio cada parte del cuerpo de Anna. Seguidamente como un padre enfermo de celos ocultas el cuerpo de Anna. No quieres que más nadie pueda verla. Porque es tu niña y no puedes permitir que nadie, ni siquiera yo, se atreva a ver con morbo su cuerpo. Le pones un bóxer, faja al pecho, camisilla, ropas un poco anchas, peinas su cabello para atrás, gafas con aumento y mandas a dormir a Anna. Entonces es cuando puedes voltear y ver a Carlos; este Carlos que siempre tiene la culpa, que hace enojar tanto a Esteban y que vive celoso de Anna. Siempre somos tres en esta casa: Anna, Esteban y Carlos. Siempre Anna al principio y Carlos a final.
—  Eso no es así. Siempre somos Carlos y Esteban. Ella solo es un… estorbo. — Noté cómo la chica del espejo derramó una lágrima.
— No es cierto. — Carlos abrazó por detrás a la chica—. La quieres tanto que estás todo el día pendiente de que nadie la mire. Que nadie note que cuando Esteban sale, Anna lo acompaña. Eres tan celoso y posesivo con Anna. En verdad te admiro, debió requerir mucho coraje decidir soltarla. — Bajé la mirada. En el tocador estaba un calendario con una fecha marcada en rojo. Faltaban dos días. Producto de ese círculo rojo, los halcones en mi estómago subieron a picotear mi corazón. Caí a los pies de Carlos, con la vista borrosa observé que él sostenía a la chica en brazos mientras ella lloraba—.Calma. —Le susurraba—. ¿Te parece si salimos y le hacemos una fiesta de despedida?
Terminó de retocar su maquillaje. Un par de aretes a juego con el conjunto y estaba lista. Reparé de pies a cabeza  a la joven frente a mis ojos; relucía con su vestido azul y los tacones altos.
— Te ves hermosa, Anna. — Dije dulcemente—. Eres hermosa, Anna… siempre lo has sido. Diviértete esta noche. Carlos puede ponerse pesado, pero es muy divertido con un par de tragos encima. Si alguien se trata de propasar, él te defenderá. Verás… aunque diga que está celoso de ti en realidad te quiere.
— Ya podemos salir. —  Interrogó Carlos acomodado en el marco de la puerta.
—  Carlos, ¿no se ve Anna hermosa?
—  Siempre lo ha sido. —  Sujetó su cintura.
— Cuídala esta noche.
—  Así lo haré.
— Bueno se les hace tarde; ya váyanse. —Le di un beso a Carlos—. Te ves hermosa. —  Extendí mi mano derecha hacia ella, chocando la yema de mis dedos contra el espejo—.  Adiós,  Anna.
Desperté de la anestesia un poco atontado, Carlos está a mi lado. Me cuenta divertido la noche que Anna y él pasaron juntos. Unas punzadas de celos insisten en atacarme. Ya no sé si siento celos por él o por ella. Tampoco importa. Ella por fin es libre. Ahora solo seríamos Carlos y Esteban. Con fuerza pellizco su mano. — ¿Por qué hiciste eso?
 Es tu castigo.
— ¿Qué hice? ¿Por qué siempre es mi culpa?
Tenía razón, suavemente me acomodo en su pecho. La culpa siempre es de Carlos.

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Enviado por MayBen para Lo Saqué Del Bolsillo

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